El estupido miedo a la muerte…

Juan Camilo Reyes Moreno
5 min readOct 2, 2020
Mi madre, María del Pilar Moreno a finales de la década del 70 (Foto de @HectorEndaraH)

Hace 30 años ahogue en un hondo mar de lágrimas, el miedo más profundo que quienes viven suelen tener. Ese año entendería lo simple que es la vida y conocería lo sencilla que es la muerte.

Solemos pensar en la muerte como algo distante, algo que les pasa a otros, a aquellos que se van apagando tras largos y perpetuos años vividos, revistiendonos internamente de un falaz manto de inmortalidad.

Aquella tarde hace treinta años, conocería a la muerte y la vería reflejada en la tierna mirada del profundo negro de los ojos de mi madre. Esa tarde un mes después de cumplir tres lustros de vida, mi madre nos diría a mi hermana menor y a mi que moriría en los próximos tres años.

De golpe entendí que la vida no es mas que la esperanza de poder estar vivo el siguiente instante, ese día comprendí que la muerte puede avisar y presentarse con tiempo, para demostrarnos que no somos inmortales, que no viviremos largas vidas y que el único destino que todos tenemos reservado, es morir, algún día, por cualquier causa o razon y a veces sin ninguna razón aparente.

Esa tarde lloré... Lloré en silencio y las lagrimas brotaban hacia adentro, sentía que me ahogaba, que un infinito océano de lagrimas, se movía dentro de mí, un breve hilillo se escapaba a través de lo cristalino de mis ojos y se escurría silenciosamente por mis mejillas.

Lloraba porque sentía que la vida se me escapaba de las manos, una vida que no era la propia mía, pero que era el aliento más próximo a la mía; lloraba porque en ese instante la efímera muerte se volvía de golpe algo extremadamente tangible, algo que podíamos ver en los profundos ojos negros que con gran ternura nos miraban.

Ese día sentí, tal vez el miedo más profundo que he sentido en mi vida, ese día me di cuenta que todos nos podíamos morir, ese día pensé que yo moriría también, lloré hondo y profundo, como si quisiera ahogarme con mi llanto.

A partir de ese día un grueso manto tejido de infinita tristeza arroparía mi corazón, mi vida a partir de ese instante, en que ví a la muerte dibujarse en la profunda mirada de mi madre, empezaría a moverse en un ritmo distinto, una especie de letargo de apariencia perpetua, mi vida parecía apagarse intempestivamente en sus albores.

El miedo a morir había invadido mis pensamientos, hiendo y viniendo como las olas del mar, haciendo de aquellos días, días de mucha tristeza, en dónde las lágrimas inconcientes eran reprimidas estoicamente por un conciente que buscaba ante todo y contra todo sobrevivir el momento y empezar a vivir.

Algunas, muchas, o tal vez pocas tardes, después de aquella tarde, mi madre me enseñaría una de las lecciones más importantes de mi vida, una lección que será la soga de vida que me sostendría en ese mar de tristeza infinita. Esa tarde mi madre me hablaría sobre el “estúpido miedo a la muerte”, no puedes vivir con miedo a morir, porqué ese miedo no te dejará vivir y acabarás muerto mucho tiempo antes de que te toque morir, me diría, tampoco debes sentir miedo por qué mueran aquellos que quieres, pues todos los seres vivos tienen una sola certeza en común, todos, absolutamente todos, morirán en algún momento; tu tienes que vivir tu vida, porque yo con mis aciertos y desaciertos, con la imperfección de mis defectos y las buenas virtudes que me acompañaron, ya viví la mía.

El tiempo adquirió un valor distinto, que en su momento no supe percibir o mi mente valoro en una dimensión distinta a la que pragmaticamente tenía.

Vivir ese, breve tiempo, esos segundos, minutos, horas, días, meses y años fue difícil, fue un tiempo en que la muerte avanzaba, llevándose la vida de mi madre en pequeñas partes y ver ese avance resultaba para mí profundamente triste.

La otra enseñanza, que me daría mi madre sobre la muerte, habría llegado de forma distinta, a través de algunos libros, en aquellos años leería, Rimas y Leyendas de Bequer, un libro sobre grandes científicos jóvenes, en sus páginas estaban las biografías de Blaise Pascal, Heinrich Hertz, Niels Henrik Abel, Srinivasa Aayingar Ramanujan, Ada Lovelace, Evariste Galois, entre otros; todos pese a ser brillantes y hacer descubrimientos y aportes científicos trascendentes, tenían un hecho en común, ninguno había llegado a los 40 años de vida, a sabiendas de mi gusto por la historia, mi madre, pondría en mis manos una completa biografía del joven emperador macedonio Alejandro Magno, en ella subrayaría una frase que se le atribuye a él… “Yo preferiría vivir una vida corta y llena de gloria, que una larga sumida en la oscuridad. Para mí he dejado lo mejor: la esperanza. Al final, cuando todo se acaba, lo único que importa es lo que has hecho” de estas páginas, recuerdo haber quedado más impactado por el relato de la muerte de Bucefalo y los relatos de las batallas contra elefantes en India, que de otros aspectos de la vida del joven emperador; aquellos libros transmitirían un mensaje claro, la vida es solo un periodo de tiempo breve, que se acaba, a veces, de forma fortuita e intempestiva, en ese tiempo breve en que vivimos, podemos ser alguien y sobre todo podemos hacer de ese tiempo vívido algo de valor, para quienes viven y comparten ese mismo tiempo y para los que vivirán los tiempos que vendrán.

Mi madre moriría, el domingo 2 de octubre de 1994, tres años y 5 meses después de aquella tarde en la que nos dejaría saber que su vida estaba llegando a su fin, moriría después de un tiempo en el que no luchó contra la muerte, luchó por ser, por estar, por hacer... Por vivir.

Mi madre, mi hermana y yo cerca de 1980

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Juan Camilo Reyes Moreno

Writer • Journalist • Marketing & Social Comm Specialist